El folclor vallenato está de luto. Hoy despedimos con el corazón hecho versos al maestro Wistong Muegues Baquero, un compositor que, más que escribir canciones, tejió memoria, identidad y realidad en cada una de sus letras. Su legado trasciende la melodía y se instala en la historia de un pueblo que se escuchó a sí mismo a través de sus creaciones.
Wistong no solo fue un autor prolífico; fue cronista de calle, maestro de escuela y defensor de las tradiciones. Su forma de ver el mundo, desde la sencillez de lo cotidiano hasta la crítica social, lo convirtió en un referente inigualable del vallenato costumbrista. Hoy, cuando su voz se apaga, su obra canta más fuerte que nunca.
Fue en 1999 cuando Wistong Muegues sorprendió al mundo vallenato con su puya “Los barrios del Valle”, obra ganadora del Festival de la Leyenda Vallenata en la categoría canción inédita. Con ella, realizó un recorrido sonoro por los sectores populares de Valledupar, transformando las calles polvorientas, los parques y las esquinas en versos musicales.
Esta canción es más que un listado de barrios: es una declaración de amor a la ciudad que lo vio crecer. “Mayales, Panamá, San Fernando, San Joaquín…” no son solo nombres, son memorias colectivas envueltas en ritmo, fiesta y sentido de pertenencia.
Dos años después, en 2001, Wistong Muegues volvió a conquistar el corazón del jurado y del público con una canción profundamente crítica: “La estratificación”. En esta puya, el protagonista Cerbelión sufre una transformación de estrato que lo obliga a pagar más sin tener con qué. La canción se volvió emblema de quienes se sienten invisibles ante los sistemas económicos y urbanos.
Más allá del ingenio lírico, esta canción expuso, con ironía y rabia, una realidad que afecta a miles. Con frases como “a Cerbelión le pusieron estrato seis sin un centavo”, el maestro recordó que el vallenato también puede ser protesta, conciencia y voz de los que no tienen voz.

Pero Wistong Muegues también tenía un corazón lleno de gratitud. En “La novia del Valle”, homenajeó a la inolvidable Consuelo Araújo Noguera, madre del Festival de la Leyenda Vallenata y gran impulsora del folclor. El tema fue escrito desde la hospitalización, en medio de su propia lucha de salud, lo que le otorga una carga emocional aún más profunda.
Aunque no ganó el Festival, la canción se convirtió en una ofrenda lírica que Valledupar aún le debe a Consuelo. El vallenato está, como él decía, “en mora” con quienes lo engrandecieron. Y Wistong lo sabía.
Las obras del maestro Wistong Muegues abarcan más de un centenar de canciones, muchas de ellas premiadas en festivales regionales y nacionales. Entre las más recordadas se encuentran:
“El hierbatero”: Un paseo con tintes humorísticos sobre un curandero de pueblo.
“La suegra”: Un merengue picante que retrata las tensiones familiares con gracia e ironía.
“El buen vivir”: Una reflexión sobre la paz interior y la búsqueda de equilibrio en medio del caos.
“Los amigos de Diomedes”: Una joya nostálgica dedicada a los fieles seguidores del Cacique de La Junta.
Cada una de sus canciones es una fotografía sonora del Caribe profundo, de los personajes de esquina, del campesino, del barrio, del río y del mercado. El maestro Wistong no escribía para impresionar: escribía para representar.
Además de compositor, Wistong Muegues fue educador. En sus años como maestro de escuela, compartía con sus alumnos más que clases: compartía canciones, historias, reflexiones. Su vocación pedagógica se mezcló con su talento musical, convirtiéndolo en una figura admirada y querida dentro y fuera de las aulas.
Nunca renegó de sus raíces ni de su estilo. Para él, lo costumbrista no era viejo: era real. “La estrategia mía es cantar lo que la gente quiere oír”, decía. Y tenía razón. En un mundo musical que muchas veces se aleja de lo esencial, él fue fiel a su voz.

Desde el medio ¡Viva el Vallenato!, alzamos hoy nuestra voz para despedir a uno de los grandes del folclor. El maestro Wistong Muegues Baquero no fue solo un compositor, fue el eco del pueblo que se coló en festivales, emisoras y plazas con la verdad entre cuerdas y versos.
Hoy que su guitarra se silencia, sus canciones seguirán resonando. Cada niño que corre en una cancha, cada madre que barre su patio en los barrios que él nombró, cada vallenato que aún canta en la esquina, llevará en su alma un pedazo del legado de Wistong.
Nos unimos a su familia, amigos y colegas para rendirle homenaje eterno. Gracias,maestro, por su arte, su pasión, su lealtad al pueblo. Nos deja más que letras: nos deja un espejo donde Valledupar se reconoce y se honra.
Hasta siempre, Wistong. Tu voz no se apaga, tu canto no muere. ¡Viva el vallenato! ¡Viva tu nombre por siempre!