Columna de opinión
Por José Félix Lafaurie
Entonces compró abono para aprovechar las lluvias, a pesar de que todavía está caro, pero vale la pena recuperarse de los meses alimentando sus animales con silo de maíz a 20 mil pesos bulto, y también del menor precio que paga la pasteurizadora desde hace meses.
Nunca entendió por qué bajaron el precio en verano, pues si no hay pasto hay menos leche y el precio mejora, como siempre. Por ahí oyó que era por la leche que traen de Estados Unidos; entonces se preguntó: ¿Para qué la traen?, si aquí tenemos “hasta pa’ botar pa’ lo alto”.
Cuando baja al pueblo a mercar piensa que, si a él le pagan menos por la leche que vende, también le deberían cobrar menos por la que compra, la de las cajas azules. Pero no es así; esa siempre sube, por la inflación, dicen.
Cuando llegan las lluvias vuelve algo de optimismo al campo, aunque el agua destruya las vías y todo se complique. Pero, en fin, venderá más leche. No pensaba que sus cuentas fueran “las de la lechera”, hasta que anunciaron otra disminución del precio, dizque para no tener que recibir menos leche o no todos los días, pero las vacas todos los días dan leche y, si no se ordeñan, les da mastitis.
¿Las razones? Que la gente toma menos leche, que los niños en vacaciones, que hay mucha por el invierno, que las importaciones, que lo uno y lo otro; pero con ninguna de esas explicaciones paga en el almacén de insumos, ni la costosa energía…, ninguna paga el mercado y nunca recuperará las pérdidas del verano.
Este no es un cuento imaginario; es la realidad de cerca de 300.000 colombianos, pues nuestra producción de leche es, en su mayoría, de pequeños ganaderos minifundistas que hacen parte, muchos de ellos, de la pobreza rural.
Desde hace años hemos puesto propuestas de solución sobre la mesa…, y ahí siguen. Podemos hacer más seminarios para un problema sobrediagnosticado, pero es urgente pasar a las soluciones.
Hemos propuesto que las compras públicas nos ayuden, que la leche sea obligatoria en los menús de guarniciones militares y, sobre todo, por su importancia para el crecimiento, en los hogares infantiles del ICBF y el Programa de Alimentación Escolar, PAE, que tanto se roban.
Hemos propuesto una alianza entre el Estado, los ganaderos y la industria, para producir leche para segmentos populares, con un subconsumo que hace parte de los problemas de desnutrición.
Se trata de leche pasteurizada, porque la “ultrapasteurización”, la “larga vida”, el envase “tetrapack” y la multimillonaria publicidad de la industria convierte a la leche en un lujo. En países desarrollados y lecheros, como Holanda y Australia, es más apetecida la leche fresca y de corta duración en bidones de plástico reciclable. Además, ¿para que un ama de casa de estrato uno querría comprar leche costosa para seis meses?
Hemos propuesto alianzas para ampliar la capacidad de pulverización y acercarnos siquiera a una condición de garantía de compra, como la tienen los cafeteros, para que el pequeño productor de nuestra historia no tenga que “llorar sobre su leche derramada”, porque nadie se la compra o la debe regalar en la informalidad a precios que no cubren los costos.
No quiero pensar en 2026, cuando la industria pueda traer de Estados Unidos toda la leche en polvo que quiera sin arancel… ¿Qué será de nuestro pequeño productor campesino?