Columna de opinión por José Félix Lafaurie
Días muy difíciles para las negociaciones con el ELN. Después del anuncio del presidente a raíz del atentado en Arauca, que calificó de “una acción que prácticamente cierra el proceso de paz con sangre”, al día siguiente los medios informaron sobre consultas con los países garantes y con los acompañantes, hasta que, finalmente, la delegación gubernamental emitió un comunicado anunciando la suspensión del proceso, cuya continuidad dependerá de “una manifestación inequívoca de la voluntad de paz del ELN”.
Acepto el comunicado de la delegación de la cual hago parte, pero no sin preguntarme: ¿otra vez?, ¿cuántas veces el Gobierno, la delegación y el país le han pedido al ELN manifestaciones de voluntad de paz? Hoy mismo escribí un trino denunciando que “Mientras el ELN publica comunicados expresando que tiene ‘voluntad de paz’, ataca de manera miserable a militares y acosa a la población civil”.
En consecuencia, esa “manifestación inequívoca” no puede ser un comunicado más o, simplemente, la reactivación de la mesa como si nada hubiera pasado. Una manifestación inequívoca es con hechos y compromisos, como la suspensión definitiva del secuestro extorsivo —retenciones económicas— y del reclutamiento de menores, sin perjuicio de la acción de las autoridades contra otros delitos.
Así las cosas, si el ELN, con la patraseada en la prometida suspensión del secuestro, con los incumplimientos al cese al fuego, con el saboteo al Mecanismo de Verificación y, más recientemente, con la reanudación de los atentados a la infraestructura energética y de los macabros ataques a la Fuerza Pública ha pretendido “medirle el aceite” al Gobierno para saber hasta dónde llega su generosidad y resistencia, que el país identifica como debilidad complaciente, es hora también de que ELN termine de entender que la sociedad no acepta la “lógica del terror” con la que pretende forzar una solución imposible.
De hecho, el jefe de la delegación del ELN, Pablo Beltrán, en la Mesa repitió hasta la saciedad y al país le manifestó públicamente que ellos nunca habían firmado acuerdos con gobierno alguno y que, si lo hacían, cumplirían lo firmado; algo que no resultó cierto, pues firmaron 28 acuerdos, uno de ellos de cese al fuego, con múltiples incumplimientos que el país conoció por los medios, pero sobre los que nunca se pronunció el Mecanismo de Verificación, saboteado por el ELN en su misión de ser garantía de cumplimiento para la sociedad.
Hoy, en medio de la crisis definitiva del proceso, me pregunto: ¿Qué estaba pensando el ELN? ¿Acaso en algún momento de los diálogos tuvo algún atisbo de voluntad de paz? Yo, personalmente, pensé que solo vía transformaciones territoriales, de las que tanto se habló en la Mesa, se podía avanzar con ejemplos que mejoraran la vida de regiones afectadas por el abandono y las rentas ilegales, algo que, sencillamente, es imposible en medio de las balas.
En cuanto a mi papel en la delegación, tengo perfectamente claro que es el de una voz que busca interpretar a ese país que NO es enemigo de la paz, pero cree que las instituciones deben proteger al ciudadano y enfrentar toda manifestación criminal que afecte sus derechos y libertades. Una voz incómoda, es posible, pero a juicio de muchos, necesaria.
En junio pasado, a raíz de otro comunicado de la delegación gubernamental por los incumplimientos del ELN, escribí una columna que titulé “La paz no es un juego”, porque están de por medio la tranquilidad y la vida de quienes habitan esa “Colombia profunda” y del país todo.
Hoy debo insistir. Si las negociaciones continúan, el ELN tendrá que entender que la paz no es un juego…, es cosa seria.