Por Juan Rincón Vanegas
@juanrinconv
Las canciones ‘Mi viejo’ y ‘Mi gran amigo’ poseen la característica de tener sentados en el pentagrama del ayer a dos padres cargados de recuerdos, y con la marca de haber regalado a sus hijos nobleza, ternura y buenos consejos.
Estas canciones se han quedado sembradas en el alma popular, donde desfilan cuando el corazón proyecta añoranzas y hace posible que el alma pinte a gran escala esas memorables figuras que cumplieron su papel como Dios manda.
En total, las dos canciones suman cinco minutos y 42 segundos, produciendo una emoción sublime e indescriptible cuando son escuchadas:
Es un buen tipo mi viejo
que anda solo y esperando.
Tiene la tristeza larga
de tanto venir andando.
Yo lo miro desde lejos,
pero somos tan distintos.Tan bueno y tan noble
como era mi padre,
y la muerte infame
me lo arrebató.
Esos son los dolores
y las penas tan grandes
que a sufrir en la vida
lo pone a uno Dios.
En este entorno musical aparecen dos hombres que no se conocen, sino que tuvieron el talento necesario para en distintos momentos cantarle a ese ser cargado de felicidad y que pudo abonar el terreno para que llegaran al mundo, y de esta manera, revivir la inocencia pura y limpia del ser humano.
Se trata de Piero Antonio Franco de Benedictis y Camilo Namén Rapalino. El primero nacido en Galípoli, Puglia, Italia, el 19 de abril de 1945, y el segundo, en Chimichagua, Cesar, Colombia, el 22 de junio de 1944.
A kilómetros de distancia la inspiración les llegó para poder hacerles un canto a sus padres. Piero tenía 24 años y decidió homenajear a su papá, pero como lo narró: “No que dijera papito lindo te quiero mucho y hoy te canto, sino por todo el montón de cosas hechas se merecía un agradecimiento que pudiera traspasar todas las fronteras”.
El artista empleó varios días para edificar, junto a su amigo José Tcherkaski, ese homenaje cantado hasta que tuviera la fuerza suficiente y con la figura del padre de todos.
Piero sorprende e indica: “Me fui volando a la casa para cantársela a mi papá, Lino de Benedictis, quien no era viejo, sino joven. Tenía 48 años, y al interpretarla y levantar la mirada lo observé llorando, y me hizo llorar a mí. Me apareció un nudo en la garganta. Eso fue como un parto”.
Contar ese episodio 51 años después volvió a producirle nuevas lágrimas de las tantas que se han paseado por su rostro. “Cuando terminé de cantarla, esperé para escuchar su reacción. ¿Vamos a ver qué dice? Ninguno de los dos estábamos preparados para ese momento. Se paró, caminó y se volvió a sentar”.
Cuando se quería que siguiera contando, preguntó: ¿Cómo me haces recordar ese instante? Piero elevó su pensamiento nuevamente al ayer, y dijo: “Él, me miró fijo y me dijo: “La que camina lerda es la puta que te parió”. Me quedé sin palabras, pero sabía que le había gustado, como más adelante me lo expresó”.
Ante la acogida de la canción a nivel mundial, Piero anota que “nunca termino de sorprenderme de la fuerza de esa canción que tiene algo colonial porque a todos nos pasó algo con el viejo, y ha sido un placer muy grande tener la conexión con miles de personas, que nos hace ser una sola familia”.
Piero sorprendido
Después de Piero cantar ese tema que sacude el sentimiento, se le dejó escuchar la canción en aire de merengue ‘Mi gran amigo’, dedicada a un padre recién fallecido, con el atenuante que el compositor en medio del dolor decía: “¿Si Piero le hizo una canción a su viejo querido, yo por qué no le puedo hacer una al mío?”.
Piero escuchó la canción de Camilo Namén Rapalino, y antes de que concluyeran los versos dejó escapar varias lágrimas, y dijo: “Esas son las canciones que salen del alma ante un dolor cercano, y que son muy difíciles de hacer, pero cuando uno está comprometido con el sentimiento se facilitan. En la canción se nota que era un súper hombre, muy bien dicho, un gran amigo, un amigo fiel que se jugaba bonito con su hijo”.
Hizo una pequeña parada en su relato y continuó teniendo como referentes a las figuras de esos dos padres. “Puedo decir que un padre está representado en un montón de gestos, de actitudes, de historias de vida, y los hijos se van metiendo en ellas para bien”.
Antes de levantarse entregó una declaración. “Quisiera vallenatear a Piero. El vallenato es toda una religión porque cuentan historias de verdad, como ese del gran amigo, que he escuchado. El vallenato tiene unos próceres, unos maestros y eso es lo más valioso de esta tierra“.
Al encontrar a Camilo Namén, no podía creer que Piero había escuchado su canto, después de tenerlo a él como referente para irse a buscar en el fondo de su corazón la música y la letra precisa.
Volvió a dar un repaso por esa canción que suma 50 años, la hizo cuando contaba con 26 años. Para él, es el canto del dolor, de la añoranza, de las lágrimas inagotables y del amor hacía un padre que partió hacia la eternidad. Es un merengue con un amigo fiel sentado en el pentagrama del sentimiento donde se marca la más grande nota triste.
Todo sucedió el lunes 19 de enero de 1970, cuando su padre Felipe Namén Fraija contaba con 54 años. Era hijo de Félix Namén e Ignacia Fraija, y se había casado con Concepción ‘Concha’ Rapalino, nacida en El Paso, Cesar, a quien conoció través de su abuela Dolores Rapalino. Ellos tuvieron ocho hijos: Camilo, María, Ignacia, Sandra, Ismael, Felipe, Jesús y Melquisedec.
“Esas vivencias con mi papá dieron para hacer esa canción grabada en 1972 por los Hermanos López, cantada magistralmente por Jorge Oñate”. Calla y sus recuerdos regresan a hilvanar esa gran historia. “La generosidad de mi padre era inmensa, un hombre integral, y por eso el homenaje cantado que todavía me conmueve el alma, y no solamente a mí, sino a miles de hijos. Esa vez pensé que si Piero le había cantado a su viejo, mi querido viejo, yo podía hacerlo a ese gran amigo que fue mi padre”.
Camilo, el compositor gigante, se adelantaba y volvía a regresar al cauce de esas vivencias. “Mis hermanos son profesionales, pero yo no estudié porque siempre estuve al lado de mi padre que era comerciante. También, era una colmena de amor para su familia. Lo conocí mucho, y por eso no me fue difícil graficarlo en ese canto, y más con esa carga de dolor por su partida”.
En ese instante no podía escapar a esa remembranza de hace cinco décadas. “Comencé a silbar y la melodía me salió bonita. Enseguida, vino la letra donde lo definí completamente, porque al verlo metido en el féretro me dio un dolor que todavía lo siento igualito”.
Se agarra nuevamente de aquel momento triste de su vida y señala: “Cuando se cumplieron las nueve noches de su muerte, después del rezo, y antes de levantar la tumba, cante por primera vez la canción”.
Mi padre fue mi gran amigo
mi padre fue mi amigo fiel.
Mi padre se jugaba conmigo
y yo me jugaba con él.
El hijo de Felipe, el compositor insigne de la música vallenata y rey de la canción inédita del Festival de la Leyenda Vallenata en el año 1972, no aguantó la presión de aquella historia pegada a su corazón. “No sé cómo hice para cantarla, pero las lágrimas fueron colectivas. En ese momento supe que mi viejo sería eterno y no me equivoqué”.
Enseguida, confiesa que siempre que canta esa canción llora: “Nunca lo olvidaré porque su nombre y su obra siguen latentes, y más en mi familia. Hay muchos testimonios de hijos que me abordan y lloran conmigo. Lo importante es el cariño que se merece el folclor vallenato al tener esta joya musical para la eternidad”.
Las vueltas del silencio lo pusieron pensativo, pero tenía algo escondido, haciendo posible que el ayer regresara. Efectivamente, era el milagro envuelto en un nuevo canto:
Ayer amanecí llorando
entristecido pensando en mis viejos,
esos viejos queridos y sanos
que nacieron con sabor a pueblo.
Y yo nunca podré olvidarlos
si fueron de mi vida
los bellos recuerdos.
Galopando se fueron los años
y cada día que pasa
más los quiero
a mis viejos, a mis viejos.
Camilo, quien se la pasó sollozando en la mayoría del trayecto donde su viejo era la figura central, respondió la pregunta si sus hijos le han correspondido como él lo hizo con su padre. Agachó la cabeza, luego la levantó y con el amor reflejado en su rostro anotó: “Sí. Lo digo con emoción. El mayor, Felipe Andrés, ahí está el nombre de mi padre; Maryuri Zabeth, y un par de mellos, Camilo y Camila, a quienes les estoy haciendo un canto. Los cuatro son la mayor bendición de mi vida”.
Confesiones de Camilo
Ese paseo no fue tan fácil para Camilo Namén Rapalino, porque de repente soltó unos versos que parecen la estructura principal de un canto. “Yo soy un hombre de mil detalles. Alejo las penas y el dolor, si me muero me entierran en el Valle, pa’ está más cerquita del folclor. Y la tumba al lado de mi padre, pa’ que el muerto quede con amor, y se diga por la calle: aquí yace el compositor”.
Se quedó pensativo, nuevas lágrimas llegaron a su rostro y después sin más preámbulos expresó: “Por favor, que me escriban en la lápida el siguiente epitafio: “Aquí yace el juglar Camilo Namén Rapalino, al lado de mi gran amigo”.